viernes, 8 de junio de 2007

HECHOS 2 -Urgencias 1 (14-15/06/1994)

Cuando llegamos a casa apenas comió.
Se quedó recostado sobre almohadas en cama mientras yo me fui a la academia a dar clases.
Tenía otra profesora trabajando conmigo, pero no podía dar clase en dos aulas diferentes.
No tuve más remedio que dejarle solo y que los niños me avisaran si se ponía peor.
Vivíamos en un primero, a 5 minutos de la academia.
Se acercó aquella tarde a la oficina.
Él se encargaba de las cuentas y del papeleo.
Siempre se me han dado mal los números.

Yo le pedí que se quedara en casa descansando y que aquella tarde no se acercara a la oficina.

Sobre mediados de junio siempre dejábamos hechas las reservas del curso siguiente.
Era muy responsable en su trabajo.
Tal vez por ser el hijo mayor de una familia de 5 hermanos.
Hiciera lo que hiciera tenía que estar perfecto.

Me enfadé mucho cuando le vi aparecer y le obligué a que regresara a casa.
Estaba muy pálido y seguía con aquella tos seca…

Cuando llegué, sobre las 22:15 h. a casa estaba en cama.
Seguía sentado.
Le sugerí que estaría mejor acostado:
- “No puedo acostarme. Si lo hago me entra ahogo…Mira tengo algo aquí en la garganta que no se me quita ni tosiendo.”
Le hice una sopa, que era uno de sus platos favoritos, y una tortilla francesa.
Pero tomó muy poca sopa y apenas unos bocaditos de la tortilla.
Tardó mucho en masticar y le costaba tragar.

Sobre las 23:30 se levantó al servicio.
Quise acompañarle paro dijo que no se mareaba y fue solo.
- “Solo necesito coger fuerzas para toser más profundo y arrancarme estas flemas que tengo profundas. Si lo hago sé que respiraré mejor…”
Le oí toser desde nuestro cuarto, carraspear y escupir.
Al momento entró y me dijo:
- “Berta-Isabel no son flemas…es sangre”
Y cuando estaba hablando ví que tenía la saliva ensangrentada.
Creo que los dos nos volvimos de piedra.
Sentí que todo se me venía abajo.
Y pensé :
- “A llegado la hora”
Traté de reaccionar a al darme cuenta que había llegado el momento que ambos habíamos temido durante 15 años.
- “Está bien, cariño. Vamos a estar tranquilos. Creo que te ha fallado la válvula. Pero no pasa nada. Te sientas aquí, en la cama, mientras llamo a una ambulancia. Y nos vamos corriendo a la clínica otra vez…Ya verás, todo va a ir bien. El doctor te vio esta mañana…y no te pasa nada…sólo es la válvula…Ya me parecía a mí…Porque tienes un ruido como de roce ¿sabes? Que antes no tenías… se lo dije al doctor pero no me creyó…Pero ahora llamo. No cojas frío”


Estaba tembloroso, sudoroso y los dos muy asustados.
Le arropé hasta la barbilla pero no dejaba de temblar.- “Diga.”
- “Buenas noches. Necesitamos una ambulancia para mi marido. Estuvimos en urgencias y nos dijeron que volviéramos si se ponía peor. Y está sangrando…Creo que le ha fallado la válvula..”
- “¿Le dieron volante para la ambulancia?”
- “No, pero tengo el informe de urgencias. Si eso le vale.”
- “No, no le puedo enviar una ambulancia si no tiene el volante. Buenas noches.”
- “Pero..¡Me ha colgado! Pero que cara…si me ha colgado. ¿Qué hago?”
- “Busca en la lista de ASISA a ver si algún servicio distinto de ambulancias…”
- “No,…mira dice que hay que llamar aquí. Pues vuelvo a llamar.”
- “Si, diga.”
- “Perdone que le moleste. Le acabo de llamar”
- “Ya se lo he dicho, señora. Yo no le puedo mandar una ambulancia sin no tiene un volante. Consiga un volante y le mando la ambulancia ¿vale? “
- “Pero ¡cómo quiere que consiga un volante ahora y deje a mi marido aquí solo con lo malo que está…Por favor llame a alguien, ¡se lo pido por favor, por humanidad!”
- “¿Y a dónde quiere que llame ahora, de noche? Mire pida un taxi”
- “Pero en el taxi se puede poner peor ¡y yo no se qué tengo que hacerle! SI viene una ambulancia ellos sabrán ¿no?”
- “¡Qué NO LE DANDO LA AMBULANCIA, que no puedo!”
- “Pero que jeta…me ha colgado otra vez…Pues se va a enterar…”
- “Si, diga.”
- “¿Cómo se llama usted? Porque es un grosero…”
- “¡Déjeme en paz! ¿o es que me va a estar jodiendo toda la noche. Llame un taxi, joder.”
- “Déjalo, Berta-Isabel. No insistas. No va a venir la ambulancia.”
- “Si, bueno. Tápate que …”

Telefoneé desde la habitación:


Comenzó a toser y echar sangre en cada con cada tosido.
Corrí al baño por una toalla y se empezó a teñir de rojo una y otra vez.
Busqué corriendo la guía de teléfonos. Llame. Y les expliqué con mucho detalle como llegar.

Vivíamos en una colonia que parecía haber sido diseñada por un arquitecto loco.
Donde los números no van correlativos, sino que entran y salen en una especie de laberinto ajardinado y con plazoletas, algunas cerradas al tráfico, donde ni los bomberos podrían entrar en caso de incendio.
El taxista me llamó dos veces porque no encontraba la casa y no paraba de dar vueltas.
Vicente mientras tosiendo y sangrando.

Nuestros dos dormían plácidamente suponiendo que su padre no tenía un problema mayor que otras veces.
- “M., hija. Perdona que te despierte…. Mira cariño, papá se ha puesto un poco peor y nos vamos a ir a la clínica a que le vean otra vez. Por la mañana desayunáis y os vais a clase…Tendrán que hacerle pruebas y tardaremos en volver... Cerráis bien con la llave ¿vale?”
- “Si, mamá…no te preocupes…¿Qué le pasa a papá?”
- “Aún no lo sé. Nos lo dirán cuando lo vean…Ala cielo, duerme…y no te preocupes.”

El taxista no pudo encontrar la casa hasta casi las 3:00 de la madrugada.
Le pedí, que por favor entrara a ayudarme a sujetar a mi marido, por que se encontraba muy mal.
- “Señora. ¿Cómo no ha llamado a una ambulancia? No está para ir en taxi”
Cuando le expliqué el hombre no salía de su estupor.
Condujo lo más tranquilo que pudo pero nos mirábamos angustiados por el retrovisor.
Me di cuenta que no atinaba a entrar por la puerta de la clínica.
Dio unas vueltas y, por fin me dijo:
- “Lo siento señora. No me puedo acercar más a la entrada de urgencias. Mire, hay una acera muy larga y no puedo meter el coche hasta allí. Perdone, pero se tienen que bajar aquí y andar hasta allí. ¿Ve la puerta con el luminoso arriba? …Pues hasta allí…”
- “Está bien…Tranquilo. Ha hecho lo que ha podido. Ayúdeme a bajarlo, por favor…Y caminaremos hasta allí.”
- “Espere. Cierro y la ayudo. Usted no puede sola. Se le va a caer.”
Caminamos aquel trozo de acera, que me preció interminable, casi arrastrándolo porque se mareaba.
Era una noche extraña.
Había hecho un calor terrible durante el día y la noche se había vuelto gélida.
La temperatura era increíblemente baja.
Los tres íbamos temblando.


Por fin llegamos a la recepción de urgencias.
Al abrirse la puerta y vernos, la recepcionista saltó corriendo de su silla y regresó en un segundo con una silla.
- “Pero ¿Qué le pasa? ¿Ha tenido un accidente?”
- “No. Creo que le ha fallado la válvula aórtica.”
- “¿Y cómo no han venido antes?…Está perdiendo mucha sangre…”
- “Hemos estado aquí por la mañana pero lo mandaron para casa creyendo que era un problema digestivo”
- “Sujételo en la silla que ahora viene la doctora de urgencias y ya lo ve”.
Me dijo la señorita mientras se alejaba de prisa.

Le agradecí al taxista su amabilidad antes de irse.
Nos quedamos solos en el hall.
Él intentando mantenerse erguido en la silla y yo recogiendo su sangre con la toalla a la que ya no le quedaba ni rastro de su color blanco.

Apresuradas llegaron la recepcionista y la joven doctora de urgencias.

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