Cuando llegamos a casa apenas comió.
Se quedó recostado sobre almohadas en cama mientras yo me fui a la academia a dar clases.
Tenía otra profesora trabajando conmigo, pero no podía dar clase en dos aulas diferentes.
No tuve más remedio que dejarle solo y que los niños me avisaran si se ponía peor.
Vivíamos en un primero, a 5 minutos de la academia.
Se acercó aquella tarde a la oficina.
Él se encargaba de las cuentas y del papeleo.
Siempre se me han dado mal los números.
Yo le pedí que se quedara en casa descansando y que aquella tarde no se acercara a la oficina.
Sobre mediados de junio siempre dejábamos hechas las reservas del curso siguiente.
Era muy responsable en su trabajo.
Tal vez por ser el hijo mayor de una familia de 5 hermanos.
Hiciera lo que hiciera tenía que estar perfecto.
Me enfadé mucho cuando le vi aparecer y le obligué a que regresara a casa.
Estaba muy pálido y seguía con aquella tos seca…
Cuando llegué, sobre las 22:15 h. a casa estaba en cama.
Seguía sentado.
Le sugerí que estaría mejor acostado:
- “No puedo acostarme. Si lo hago me entra ahogo…Mira tengo algo aquí en la garganta que no se me quita ni tosiendo.”
Le hice una sopa, que era uno de sus platos favoritos, y una tortilla francesa.
Pero tomó muy poca sopa y apenas unos bocaditos de la tortilla.
Tardó mucho en masticar y le costaba tragar.
Sobre las 23:30 se levantó al servicio.
Quise acompañarle paro dijo que no se mareaba y fue solo.
- “Solo necesito coger fuerzas para toser más profundo y arrancarme estas flemas que tengo profundas. Si lo hago sé que respiraré mejor…”
Le oí toser desde nuestro cuarto, carraspear y escupir.
Al momento entró y me dijo:
- “Berta-Isabel no son flemas…es sangre”
Y cuando estaba hablando ví que tenía la saliva ensangrentada.
Creo que los dos nos volvimos de piedra.
Sentí que todo se me venía abajo.
Y pensé :
- “A llegado la hora”
Traté de reaccionar a al darme cuenta que había llegado el momento que ambos habíamos temido durante 15 años.
- “Está bien, cariño. Vamos a estar tranquilos. Creo que te ha fallado la válvula. Pero no pasa nada. Te sientas aquí, en la cama, mientras llamo a una ambulancia. Y nos vamos corriendo a la clínica otra vez…Ya verás, todo va a ir bien. El doctor te vio esta mañana…y no te pasa nada…sólo es la válvula…Ya me parecía a mí…Porque tienes un ruido como de roce ¿sabes? Que antes no tenías… se lo dije al doctor pero no me creyó…Pero ahora llamo. No cojas frío”
Estaba tembloroso, sudoroso y los dos muy asustados.
Le arropé hasta la barbilla pero no dejaba de temblar.- “Diga.”
- “Buenas noches. Necesitamos una ambulancia para mi marido. Estuvimos en urgencias y nos dijeron que volviéramos si se ponía peor. Y está sangrando…Creo que le ha fallado la válvula..”
- “¿Le dieron volante para la ambulancia?”
- “No, pero tengo el informe de urgencias. Si eso le vale.”
- “No, no le puedo enviar una ambulancia si no tiene el volante. Buenas noches.”
- “Pero..¡Me ha colgado! Pero que cara…si me ha colgado. ¿Qué hago?”
- “Busca en la lista de ASISA a ver si algún servicio distinto de ambulancias…”
- “No,…mira dice que hay que llamar aquí. Pues vuelvo a llamar.”
- “Si, diga.”
- “Perdone que le moleste. Le acabo de llamar”
- “Ya se lo he dicho, señora. Yo no le puedo mandar una ambulancia sin no tiene un volante. Consiga un volante y le mando la ambulancia ¿vale? “
- “Pero ¡cómo quiere que consiga un volante ahora y deje a mi marido aquí solo con lo malo que está…Por favor llame a alguien, ¡se lo pido por favor, por humanidad!”
- “¿Y a dónde quiere que llame ahora, de noche? Mire pida un taxi”
- “Pero en el taxi se puede poner peor ¡y yo no se qué tengo que hacerle! SI viene una ambulancia ellos sabrán ¿no?”
- “¡Qué NO LE DANDO LA AMBULANCIA, que no puedo!”
- “Pero que jeta…me ha colgado otra vez…Pues se va a enterar…”
- “Si, diga.”
- “¿Cómo se llama usted? Porque es un grosero…”
- “¡Déjeme en paz! ¿o es que me va a estar jodiendo toda la noche. Llame un taxi, joder.”
- “Déjalo, Berta-Isabel. No insistas. No va a venir la ambulancia.”
- “Si, bueno. Tápate que …”
Telefoneé desde la habitación:
Comenzó a toser y echar sangre en cada con cada tosido.
Corrí al baño por una toalla y se empezó a teñir de rojo una y otra vez.
Busqué corriendo la guía de teléfonos. Llame. Y les expliqué con mucho detalle como llegar.
Vivíamos en una colonia que parecía haber sido diseñada por un arquitecto loco.
Donde los números no van correlativos, sino que entran y salen en una especie de laberinto ajardinado y con plazoletas, algunas cerradas al tráfico, donde ni los bomberos podrían entrar en caso de incendio.
El taxista me llamó dos veces porque no encontraba la casa y no paraba de dar vueltas.
Vicente mientras tosiendo y sangrando.
Nuestros dos dormían plácidamente suponiendo que su padre no tenía un problema mayor que otras veces.
- “M., hija. Perdona que te despierte…. Mira cariño, papá se ha puesto un poco peor y nos vamos a ir a la clínica a que le vean otra vez. Por la mañana desayunáis y os vais a clase…Tendrán que hacerle pruebas y tardaremos en volver... Cerráis bien con la llave ¿vale?”
- “Si, mamá…no te preocupes…¿Qué le pasa a papá?”
- “Aún no lo sé. Nos lo dirán cuando lo vean…Ala cielo, duerme…y no te preocupes.”
El taxista no pudo encontrar la casa hasta casi las 3:00 de la madrugada.
Le pedí, que por favor entrara a ayudarme a sujetar a mi marido, por que se encontraba muy mal.
- “Señora. ¿Cómo no ha llamado a una ambulancia? No está para ir en taxi”
Cuando le expliqué el hombre no salía de su estupor.
Condujo lo más tranquilo que pudo pero nos mirábamos angustiados por el retrovisor.
Me di cuenta que no atinaba a entrar por la puerta de la clínica.
Dio unas vueltas y, por fin me dijo:
- “Lo siento señora. No me puedo acercar más a la entrada de urgencias. Mire, hay una acera muy larga y no puedo meter el coche hasta allí. Perdone, pero se tienen que bajar aquí y andar hasta allí. ¿Ve la puerta con el luminoso arriba? …Pues hasta allí…”
- “Está bien…Tranquilo. Ha hecho lo que ha podido. Ayúdeme a bajarlo, por favor…Y caminaremos hasta allí.”
- “Espere. Cierro y la ayudo. Usted no puede sola. Se le va a caer.”
Caminamos aquel trozo de acera, que me preció interminable, casi arrastrándolo porque se mareaba.
Era una noche extraña.
Había hecho un calor terrible durante el día y la noche se había vuelto gélida.
La temperatura era increíblemente baja.
Los tres íbamos temblando.
Por fin llegamos a la recepción de urgencias.
Al abrirse la puerta y vernos, la recepcionista saltó corriendo de su silla y regresó en un segundo con una silla.
- “Pero ¿Qué le pasa? ¿Ha tenido un accidente?”
- “No. Creo que le ha fallado la válvula aórtica.”
- “¿Y cómo no han venido antes?…Está perdiendo mucha sangre…”
- “Hemos estado aquí por la mañana pero lo mandaron para casa creyendo que era un problema digestivo”
- “Sujételo en la silla que ahora viene la doctora de urgencias y ya lo ve”. Me dijo la señorita mientras se alejaba de prisa.
Le agradecí al taxista su amabilidad antes de irse.
Nos quedamos solos en el hall.
Él intentando mantenerse erguido en la silla y yo recogiendo su sangre con la toalla a la que ya no le quedaba ni rastro de su color blanco.
Apresuradas llegaron la recepcionista y la joven doctora de urgencias.
Escritos sobre el caso de mi esposo, Vicente Morillo Monje, que falleció a los 44 años en la Clínica Moncloa de Madrid por, probablemente, varias negligencias médicas. Operado por el Doctor Ramón Arcas Meca. Sobre la acción legal ejercida por mi ex-abogada, María Esther Castellanos García.
viernes, 8 de junio de 2007
martes, 5 de junio de 2007
HECHOS 1_Urgencias 14/06/1994
Mi esposo, Vicente Morillo Monje, de 45 años de edad, tenía implantada una válvula aórtica de Hancock desde el 17 de noviembre de 1979.
Comenzó a sentirse mal la noche del 14 de junio de 1994.
Devolvió la cena sin digerir.
Le dolía la cabeza, cosa que no era frecuente en él.
Pero no tenía fiebre.
Por la mañana seguía sintiéndose peor.
Tosía y echaba algunos esputos espumosos y rosados.
Acudimos al servicio de Urgencias a la Clínica Moncloa en la Avenida de Valladolid, Nº 83.
Cuando le operaron por primera vez estábamos asegurados en SANITAS.
El doctor Gabriel Artero Girao lo operó en la Clínica Ruber.
Nosotros no eramos ricos.
No hubíeramos podido permitirnos los servicios de aquella clínica.
Pero mi esposo era funcionario del estado.
Era Catedrático de Dibujo en el Instituto de Enseñanza Media, Mariano José de Larra.
Y pertenecía a MUFACE.
Por lo tanto podía elegir entre ser atendido médicamente por la Seguridad Social o por una entidad privada.
Él eligió SANITAS cuando se enteró que el Doctor Artero trabajaba para ellos.
Oyó hablar de que era un cirujano cardíaco muy bueno y quiso que él le operara.
Aquella operación salió muy bien.
Vicente se incorporó a trabajar antes del mes de haber sido implantada su válvula.
Pero aquella válvula debía ser sustituida a los 10 años por otra mecánica.
Aunque había tenido amagos, el cardíologo que le seguía esperó hasta ver que ya era imprescindible el cambio de dicha válvula porque era una operación de riesgo.
Mandó hacerle un eco-cardiograma en enero de 1994 y empezar a prepararle para la operación.
En algunas pruebas que le hicieron descubrieron que tenía litiasis (piedras en la vesícula).
Después de varios estudios realizados en abril de 1994 decidieron que dicha operación se realizaría cuando terminara el curso escolar.
Usarían la nueva técnica de “la paroscopia” porque entrañaba un riesgo menor para él.
El cambio de su válvula se pospuso para después de su restablecimiento.
El día 14 de junio de 1994, Vicente fue conduciendo su propio coche hasta la clínica.
Llegamos sobre las 10:00 de la mañana.
Fue atendido por un joven médico de guardia, Doctor Muffak Manla Barudi.
Le chequearon con 2 radiografías y un electro-análisis.
Sobre las 14:00 horas el doctor Manla me dijo que no tenía nada importante por lo que no necesitaba mayor observación.
Yo le insistí:
- "Doctor, Vicente, lleva la válvula puesta desde hace ya 15 años, y yo creo que le ha fallado. Oigo en su pecho un ruido extraño que jamás ha tenido antes. Se le oye un roce en la respiración acompañado de burbujas. Y tiene el esputo rosado. Debería usted dejarlo aquí, en observación. Yo estoy muy preocupada…"
El doctor Manla me dio una palmadita en la espalda y con cara de “vaya quiere saber más que el médico”, me dijo:
- "Tranquila. Sólo es un simple resfriado. Y si se pone peor vuelva a traerlo."
El doctor escribió en su informe: “No se observa patología urgente”.
Después de habernos pasado casi toda la noche sin dormir.
Sin tomar ni el desayuno, ni beber en toda la mañana (por si necesitaban hacerle análisis de sangre) regresamos arrastrando los pies hasta el coche.
Estaba aparcado al sol.
Era un horno por dentro.
Lo movió a la sombra y esperamos una media hora a que se enfriara.
Estaba muy pálido, sudoroso y tenía una tos seca.
Yo le sugerí que llamáramos un taxi.
Pero Vicente era de esas personas que llevan el coche hasta cuando van al servicio y muy difícil de convencer.
Comenzó a sentirse mal la noche del 14 de junio de 1994.
Devolvió la cena sin digerir.
Le dolía la cabeza, cosa que no era frecuente en él.
Pero no tenía fiebre.
Por la mañana seguía sintiéndose peor.
Tosía y echaba algunos esputos espumosos y rosados.
Acudimos al servicio de Urgencias a la Clínica Moncloa en la Avenida de Valladolid, Nº 83.
Cuando le operaron por primera vez estábamos asegurados en SANITAS.
El doctor Gabriel Artero Girao lo operó en la Clínica Ruber.
Nosotros no eramos ricos.
No hubíeramos podido permitirnos los servicios de aquella clínica.
Pero mi esposo era funcionario del estado.
Era Catedrático de Dibujo en el Instituto de Enseñanza Media, Mariano José de Larra.
Y pertenecía a MUFACE.
Por lo tanto podía elegir entre ser atendido médicamente por la Seguridad Social o por una entidad privada.
Él eligió SANITAS cuando se enteró que el Doctor Artero trabajaba para ellos.
Oyó hablar de que era un cirujano cardíaco muy bueno y quiso que él le operara.
Aquella operación salió muy bien.
Vicente se incorporó a trabajar antes del mes de haber sido implantada su válvula.
Pero aquella válvula debía ser sustituida a los 10 años por otra mecánica.
Aunque había tenido amagos, el cardíologo que le seguía esperó hasta ver que ya era imprescindible el cambio de dicha válvula porque era una operación de riesgo.
Mandó hacerle un eco-cardiograma en enero de 1994 y empezar a prepararle para la operación.
En algunas pruebas que le hicieron descubrieron que tenía litiasis (piedras en la vesícula).
Después de varios estudios realizados en abril de 1994 decidieron que dicha operación se realizaría cuando terminara el curso escolar.
Usarían la nueva técnica de “la paroscopia” porque entrañaba un riesgo menor para él.
El cambio de su válvula se pospuso para después de su restablecimiento.
El día 14 de junio de 1994, Vicente fue conduciendo su propio coche hasta la clínica.
Llegamos sobre las 10:00 de la mañana.
Fue atendido por un joven médico de guardia, Doctor Muffak Manla Barudi.
Le chequearon con 2 radiografías y un electro-análisis.
Sobre las 14:00 horas el doctor Manla me dijo que no tenía nada importante por lo que no necesitaba mayor observación.
Yo le insistí:
- "Doctor, Vicente, lleva la válvula puesta desde hace ya 15 años, y yo creo que le ha fallado. Oigo en su pecho un ruido extraño que jamás ha tenido antes. Se le oye un roce en la respiración acompañado de burbujas. Y tiene el esputo rosado. Debería usted dejarlo aquí, en observación. Yo estoy muy preocupada…"
El doctor Manla me dio una palmadita en la espalda y con cara de “vaya quiere saber más que el médico”, me dijo:
- "Tranquila. Sólo es un simple resfriado. Y si se pone peor vuelva a traerlo."
El doctor escribió en su informe: “No se observa patología urgente”.
Después de habernos pasado casi toda la noche sin dormir.
Sin tomar ni el desayuno, ni beber en toda la mañana (por si necesitaban hacerle análisis de sangre) regresamos arrastrando los pies hasta el coche.
Estaba aparcado al sol.
Era un horno por dentro.
Lo movió a la sombra y esperamos una media hora a que se enfriara.
Estaba muy pálido, sudoroso y tenía una tos seca.
Yo le sugerí que llamáramos un taxi.
Pero Vicente era de esas personas que llevan el coche hasta cuando van al servicio y muy difícil de convencer.
lunes, 4 de junio de 2007
Introducción
Han pasado 13 años.
Parece mucho tiempo.
Pero el tiempo no existe.
Es una medida inventada por los seres humanos para que contemos con que no somos eternos.
Antes de que leas lo que voy a escribir en este blog quiero que sepas que me ha costado mucho decidirme a publicar una sola palabra sobre la muerte de mi difunto esposo, Vicente.
Si lo hago ahora, no es por ti, sino por mí.
Creo que me hará bien.
Te aseguro que no soy rencorosa.
No nací con esta característica que tal vez me hubiera sido útil en algunos momentos de mi vida.
Nada de lo escriba será falso.
Pero estará filtrado por el cristal de cómo yo he visto, vivdo y sentido.
No puedo ser objetiva.
Pero no seré mentirosa tampoco.
Escribiré, tal y como siento.
Con el corazón.
No puedo hacerlo de otra forma.
Espero que sigas leyendo hasta el final, si te gusta lo que escribo.
Y siempre tendrás la opción de navegar lejos y olvidar lo que has leído si no es de tu agrado.
Nadie puede escribir a gusto de todos.
Pero yo no voy a escribir para el gusto de nadie.
También corro el riesgo de que nadie me lea.
No lo sentiría por mí, sino porque se estaría, de nuevo, ignorando la existencia de alguien que fue importante en mi vida, en la de mis hijos, y en la de casi todas las personas que lo conocieron.
Si has leído hasta aquí tal vez quieras seguir más allá.
Si es así te espero aquí, cuando tu quieras, para que sigas haciéndolo.
Espero no defraudarte.
Un saludo.
Berta
Parece mucho tiempo.
Pero el tiempo no existe.
Es una medida inventada por los seres humanos para que contemos con que no somos eternos.
Antes de que leas lo que voy a escribir en este blog quiero que sepas que me ha costado mucho decidirme a publicar una sola palabra sobre la muerte de mi difunto esposo, Vicente.
Si lo hago ahora, no es por ti, sino por mí.
Creo que me hará bien.
Te aseguro que no soy rencorosa.
No nací con esta característica que tal vez me hubiera sido útil en algunos momentos de mi vida.
Nada de lo escriba será falso.
Pero estará filtrado por el cristal de cómo yo he visto, vivdo y sentido.
No puedo ser objetiva.
Pero no seré mentirosa tampoco.
Escribiré, tal y como siento.
Con el corazón.
No puedo hacerlo de otra forma.
Espero que sigas leyendo hasta el final, si te gusta lo que escribo.
Y siempre tendrás la opción de navegar lejos y olvidar lo que has leído si no es de tu agrado.
Nadie puede escribir a gusto de todos.
Pero yo no voy a escribir para el gusto de nadie.
También corro el riesgo de que nadie me lea.
No lo sentiría por mí, sino porque se estaría, de nuevo, ignorando la existencia de alguien que fue importante en mi vida, en la de mis hijos, y en la de casi todas las personas que lo conocieron.
Si has leído hasta aquí tal vez quieras seguir más allá.
Si es así te espero aquí, cuando tu quieras, para que sigas haciéndolo.
Espero no defraudarte.
Un saludo.
Berta
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